Ya hace años que los pueblos, además de tristemente vaciarse de gente, también se quedan sin ganaderos y sin ovejas, dos de los mayores aliados de la conservación y protección de la naturaleza y también de las personas.
En estos intensivos -y extensivos- días, algunos dicen, para contrastar obviedades, que es utópico tener todos los campos, tierras y sierras llenos de animales sueltos, que el imparable progreso hace que, para poder actualmente alimentar a la gente, sea necesario y casi imprescindible tenerlos en sitios bien cubiertos, todos bien juntos y bien encerrados.
Vamos, que es lo que hay, y que lo de toda la vida ahora ya no es rentable ni posible y que solo los iluminados pueden -podemos- pretender seguir comiendo carne de animales que estén fuera de macro-explotaciones o ganaderías industriales.
Lo de antes, la libertad del campo abierto, ahora es un paraíso imposible y solo los lunáticos pueden -podemos- pensar que ese "edén" aún existe y es posible conservarlo.
Menos hablar y apoyen, pero de verdad, políticos, técnicos y personajes de todo pelaje, la ganadería extensiva con el mismo interés y ardor con el que defienden la ganadería intensiva o industrial.
Cuiden el medio ambiente y la naturaleza y, sobre todo, protejan la buena alimentación de la gente, porque es lo más valioso y no quieran darles gato por liebre.
No tomen a la gente por tonta ni se vanaglorien ni pavoneen de que, encima, son más listos que los demás.
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