Desde tiempos inmemoriales ha sido la magia de los maestros artesanos trabajando las cañas los que han hecho posible la existencia de uno de los elementos más sostenibles y entrañables de la arquitectura tradicional y popular...hoy en peligro de extinción.
Todo un arte el que desplegaba el cañicero.
Oficio duro con muchas manos y horas cortando cañas, dividiéndolas, tejiéndolas...
Saber, maña y mucha destreza para trabajar un material tan flexible como peligroso.
Y pocos materiales tan sencillos pero agradecidos y con tantos usos...
La humildad y la modestia al poder.
Cielos rasos, cubiertas, techumbres, chamineras, paredes, empalizados... en mil y una construcciones.
Parapetos, abrigos, cercados ...en campos y huertos.
Cañizos para jorear, secar y desecar frutos y frutas por doquier... higos, tomates, pimientos, cebollas, orejones, acerollas...
Carnes, embutidos y somarros "delicatessen" secados al sol en cañizos.
Cañizos en aquellos carros -que también han pasado a la historia- cuando se carriaba la mies o el fiemo.
Oda al cañizo...esa magia que si miramos alderredor todavía sigue muy presente en edificios que han formado y forman parte de nuestras vidas.
Los cañizos de la vida.
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