Con el viejo y mágico lavadero tradicional de Añón de Moncayo, Aragón, debajo de las casas colgantes y al lado del Huecha y del Puente de la Pontarrilla.
Pocas tareas tan duras de antaño para la mujer como el lavado de la ropa... pero a la vez, todo un ritual de socialización femenina.
No, no era este lavadero tradicional de Añón de los llamados -dentro de la dureza general- "cómodos" ya que aprovecha el cauce de una acequia, obliga a estar de rodillas y encima de "cara a la pared".
Pero aún así era un celebrado lugar de encuentro, charradas, puestas al día y también, de jotas, muchas jotas y cantos y cantas.
Para llegar al lavadero había que descender por empinado sendero desde las casas que se encuentran en lo alto del cerro y de los paredones donde se haya enclavado el pueblo.
Y había que hacerlo con la carga de la ropa dispuesta en cestos de mimbre o calderos-baldes de cinc o latón junto al "cajón de lavar", el jabón artesanal y una "pelletica" o alfombrilla para descansar las sufridas rodillas.
La ropa blanca se "colaba" mediante el ancestral proceso del colado del agua en ceniza fina proveniente de fogariles y cadieras.
Para ello, no faltaba en las casas un terrizo, cocio o tinaja de barro... y que hoy "lucen", aún en buena fortuna, en muchos lugares como jardineras.
La ropa era golpeada por zaborros lisos del mismo río y debidamente escurrida entre dos mujeres.
La colada se solía aclarar con el tradicional azulete y a veces se añadía lejía.
En las casas se calentaba el agua en los grandes y famosos calderos de cinc, que algunos llegaban a tener hasta 40 litros de capacidad.
Todavía hay quien conserva de adorno las entrañables "tablas de lavar" donde se frotaba y frotaba la ropa sin descanso.
Imprescindible era el "jabón de taco" que se fabricaba haciendo magia con las grasas procedentes del matapuerco, aceites, sosa y agua.
El azulete era llevado frecuentemente como oro en paño en una tela atada con un algodón y se removía en el agua antes de echar la ropa.
La colada era tendida al dios sol sobre los matorrales del entorno, extendiéndola con sabiduría para evitar que fuera arrastrada por el viento.
Rituales ancestrales en los antiguos y tradicionales lavaderos, hoy patrimonio cultural y fiel testigo de mundos que ya no son.
Mundos donde todavía no salía como por arte de magia el agua por los grifos de las casas ni tampoco existían las lavadoras que era poco más o menos que ciencia ficción.
Bien cuidado tienen las gentes de Añón su lavadero, conservando fisonomía y magia, con sus tejas árabes, sus maderos rollizos y los entramados de cañizos de toda la vida.
Una joya el Lavadero de Añón, una de las muchas que atesora este pequeño -gran- pueblo de la Comarca de Tarazona y el Moncayo... Zaragoza.
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