Con la magia del antiguo Horno tradicional de pan de Peñarroyas, Teruel Existe, Resiste y Enamora !!
Ya sin uso, pero aún se conserva el vejo horno "de pan cocer" en este pintoresco y pequeño -gran- pueblo de las Cuencas Mineras.
Aquí era donde se cocía el sagrado pan de la vida.
Mediante largas palas de madera se introducían los panes por la abertura del fogón de la cámara cupulada que ya había adquirido previamente la temperatura adecuada gracias a la quema de la leña de la redolada.
La boca del horno se cerraba mediante una compuerta de hierro de fundición.
En los hornos municipales de los pequeños pueblos era norma que eran los propios vecinos quienes llevaban ya su propia masa trabajada.
También solía ser frecuente que el acopio de leña y el propio funcionamiento, mantenimiento y limpieza del horno fuera rotatorio por un período de tiempo marcado, entre todas las "Casas" del pueblo.
El ritual diario del pan comenzaba ya el día anterior.
Se metía la leña a un lado de la cámara donde se cocería el pan y se mantenía caliente desde, a lo mejor, las 9 de la noche hasta las 12.
Cuando el horno alcanzaba una temperatura elevada (quizá unos 250ºC) ya se podían cocer los panes por la noche con el calor residual. Cuando el horno estaba más frío se aprovechaba para hacer respostería o magdalenas, si tocaba y era el caso.
Con un barrastro se sacaban las cenizas hasta cerca de la boca, donde eran recogidas con una pala de hierro. Había que tener cuidado con las brasas y por eso se disponía en el local de un lugar adecuado para ellas.
Con las largas palas se introducían los panes y en un tiempo que oscilaba hacia la media hora ya se cocían.
Solía ser costumbre hacer pan cada quince días y había dispuestas unas chapas con los horarios para que cada vecino acudiera al horno a la hora dispuesta.
Las mujeres se levantaban bien temprano, hacia las 4 de la madrugada para comenzar a amasar en su casa.
Una vez porgada la harina, la mezclaban en una artesa con agua caliente, levadura y sal.
La masa preparada iba a una canasta de mimbre donde se tapaba delicadamente con una masera (que no era más que un trozo de sabana blanca) y el mandil de lana para conservar el calor y controlar la fermentación. La masa tardaba en subir unas tres horas.
De aquí, al horno y al pan nuestro de cada día.
Aún hay quien recuerda que con una arroba de trigo (unos 12 kilos) salían unos 15 kilos de pan.
Otros tiempos.
Ni mejores ni peores. Los que tocaban.
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