Hasta hace no muchas décadas era la cosecha de la tierra lo que determinaba en buena medida la subsistencia familiar por eso las gentes del campo intentaban predecir el tiempo para saber como éste afectaría a su evolución y a su vida.
Basaban sus conocimientos en la pura observación del día a día... y es en un día como hoy, a principios de febrero y ya a mitad del invierno donde cifraban una buena parte del futuro acontecer.
En Aragón y en buena parte de la península ibérica lo más característico del tiempo invernal suelen ser los anticiclones que ocasionan grandes cheladas y boiras persistentes pero impidiendo la llegada de lluvias.
Por eso, las precipitaciones a primeros de febrero es un indicativo de la retirada del anticiclón, dejando paso a los frentes que suavizan las temperaturas y dando fin al frío y duro invierno.
Todo ello coincide con la celebración cristiana del Día de la Virgen de la Candelaria que hunde sus raíces en ancestrales celebraciones paganas referidas al culto al sol, la fertilidad y la purificación.
Ritos celtas, celebraciones romanas que con el cristianismo darían lugar a procesiones en las que se portaban velas como símbolo santo del buen guiar y del buen camino.
En muchos pueblos aragoneses se hacían esas procesiones portando velas que eran bendecidas en las misas de este Día de la Candelaria.
Las velas se guardaban en las casas y era en los días de grandes y temibles tronadas que podían arruinar la cosecha cuando se volvían a sacar y encender en claro símbolo protector.
Y aquí estamos, recordando todas estas tradiciones, en las antiguas eras y pajares de Arándiga, bellísimo y pequeño -gran- pueblo de la Comunidad de Calatayud, donde saben mucho de esas tormentas, esas tronadas, esas pedregadas y esa vida dura de antaño y aún de hoy.
Si no plora hoy, igual mañana, San Blas...y si no, lo hará otro día...
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