Con la magia de la Almazara de La Puebla de Castro, Aragón.
Desde tiempos inmemoriales, posiblemente desde la época romana, y gracias al clima atemperado mediterráneo y a su no muy abrupta orografía La Puebla de Castro ha gozado siempre de una gran tradición olivarera.
La ancestral fuerza animal daría paso a la energía hidráulica en los molinos de aceite para finalmente lograr el progreso que trajo consigo la electricidad.
Con ella se transformaron todos los procesos de elaboración, de los cuales esta Almazara de La Puebla de Castro que data de 1.925 es un buen ejemplo.
La cosecha de oliva invernal se almacenaba en unos algorines antes de ser trasladada a la zona de molienda.
Se llenaba la guanza, especie de embudo de madera que giraba al mismo tiempo que la muela y los frutos se distribuían más uniformemente sobre la superficie circular de moler.
La gran muela, activada por la energía eléctrica, convertía las olivas en una gran pasta, que se depositaba por un canalillo en una pila.
El siguiente paso era exprimir esa pasta.
Para ello se colocaba entre las espuertas circulares de esparto que se apilaban de forma vertical sobre una plataforma con ruedas , llegando a conformar una torre de unos 250-300 kilos de pasta.
La torre se introducía en la prensa que gracias a una bomba de agua accionada por el motor eléctrico, el pistón subía hacia arriba, consiguiendo elevar y apretar la carga hasta el tope para exprimirla al máximo.
El zumo que se escurría iba a parar a una canaleta que lo distribuía en cuatro depósitos. Lo que se acumulaba no era solo aceite.
El zumo en reposo se decantaba o asolaba, depositándose en el fondo un poso que se llamaba morqueta.
Sobre la morqueta quedaba el agua y finalmente el aceite que flotaba sobre ella.
Entonces ya podía comenzar el proceso de triar el aceite, o sea separarlo del resto y medirlo.
Cuando la capa de aceite era muy delgada se ponía a prueba la pericia del molinero o almazero, quien mediante un habilidoso juego de muñeca conseguía retirar el aceite sin mezclarlo con el agua.
A través de los diferentes desagües la morqueta y el agua se conducían a los llacos. Aquí el agua iba decantando de uno a otro quedando la morqueta que aún se podía reprensar para obtener un aceite de inferior calidad.
Pero para entonces ya se había logrado el milagro del aceite virgen de la vida.
Ya era posible untar unas buenas rebanadas de pan, tener la base principal para disfrutar de unas exquisitas puntillas en los huevos fritos o aliñar unos tomates recién cogidos del huerto...
La Almazara se convirtió en un Museo hace unas décadas, sustituyendo algunos muros del edificio por rejas que permiten visualizar desde el exterior todas las antiguas piezas y maquinaria.
La Puebla de Castro... encanto de la Comarca de Ribagorza... Alto Aragón.
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