Emotiva, colorida y expresiva pintura de Aureli Ambroj de un fogaril (hogar-cocina tradicional aragonesa)
Esta era la principal y mágica estancia sobre la que se movía el ciclo de la vida del mundo rural en los años en que todavía no había llegado la televisión.
O fogaril solía estar en la primera planta de la casa y allí se preparaba y calentaba la comida ...y aquí también se charraba de lo humano y de lo divino.
Tradición oral transmitida de mayores a pequeños, cuentos ancestrales, vivencias de unos y otros, sueños por cumplir, fantasías reveladas, miedos en noches de tronadas y enriquecedoras conversaciones en las largas y frías horas invernales sin luz solar.
Todo ello con la complicidad, la caricia y los tonos cálidos de la lumbre.
El lugar destinado al fuego se encontraba un escalón -a veces ribeteado con madera- por encima del suelo y su fondo se protegía bien con grandes losas de piedras o con una chapa de hierro fundido....muchas veces con grabados y heredadas de tiempo inmemorial.
Alrededor del fogaril las entrañables baldosetas royas y a ambos lados del fuego, las cadieras o bancos. Unas veces, de madera y otras, de dura y pura piedra trabajada y adaptada al uso.
El lugar se complementaba con clavos en las paredes y con alacenas para guardar y tener a mano los pucheros, estrébedes, tenazas, sartenes, parrillas, badil, fuelles para avivar el fuego...
Entre charrada y charrada alguna patata se asaba en los tizones mientras las pantorrillas ardían y uno se olvidaba que la espalda seguía como un témpano de hielo...
El cariño de la atmósfera de la estancia y el amor y la magia del fuego podían con todo, hasta con el frío helador.
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